Por Diego Villarino
La esquina de Diagonal Brown y Mitre abre surcos a la estación de Adrogué y también a la avenida Espora. Los pasos de zapatillas, tacos o zapatos se escuchan de día y noche. En ese marco, un kiosco siempre acude cuando es llamado.
-Hola, qué haces tanto tiempo? Hace mucho no te veía por acá
Cómo estás Margarita. No, pasa que ya no salimos seguido. Ya no salgo a bailar, ni siquiera a la Colorada (un histórico boliche que está sobre la calle Mitre, en Adrogué)
-Decime, qué necesitas.
-Te pido un pancho.
-Me acuerdo que siempre venías con un amigo, pero no lo cruzo hace rato.
-Seguro hablas de Pato.
-No soy de acordarme los nombres, las caras sí.
El diálogo fluyó, como si no hubiesen pasado 13 años. El kiosco de Marga está enfrente de la Colo, era el epílogo de cada salida.
Tiempo después y en una noche calurosa de enero, volví a Adrogué en una interminable caminata. Los colectivos no siempre paran en la altura de Alsina y Maipú.
En definitiva, el destino conduce a la esquina de Alsina y Boedo, allí donde se entrecruzan miles de historias, el sitio de charlas profundas. Testigo de amores, felicidades y desilusiones.
El 160 pasa por Alsina y le rinde culto a la fidelidad, una vez más. Como aquellas noches en Palermo y Almagro. Pero en el Conurbano es habitual. Ni bien puse mis pies, el colectivo rojo me volvió a llevar a la parada más concurrida de Adrogué.
La travesía me encontró con Marga. Entre palabras, recordamos a La Diosa y Wala. La tradición bailantera se esfumó, pero los sellos están estampados. En el medio del reencuentro pasaron presidentes nacionales, crisis e incluso una pandemia.