De cerca asoma Luquitas Rodríguez, con esa chispa que llega a la audiencia, con esa incidencia que provoca miles de visualizaciones. El diminutivo no lo define. Luquitas potenció su carrera en medio de la explosión de los streamer. Conquistó Vorterix aún en un magro momento del medio de Mario Pergolini.
Los talleres de stand up lo llevaron a un terreno imprevisto. Una carrera con claros y oscuros, pero marcada por el ascenso. Las personas se arman con huellas: quién hubiese pensado que la dupla con Roberto Galati lo llevaría al mundo de Instagram y YouTube.
Es un nostálgico de Videomath y el Chavo del Ocho, como los "niños" de 30-35 años. Es que forma parte del club noventoso, una época que recuerdan a Goku y al Sega. Como todo treintón, prende el Counter Strike o GTA y vivencia un clímax, un aroma que resuena a aquellos históricos cybers. El próximo año va por los 33 y el camino a los 40 se achica.
En épocas de confrontaciones, cree en la importancia de reírse o provocar risas. “Que algo me cause gracias me resulta muy importante. En un grupo de personas valoro muchísimo a quien considero que es gracioso. Reírme ha sido mi forma de conectarme con la vida en general”, sostuvo en una entrevista para la revista Rolling Stones. Desayuna y se acuesta con humor, lo que no significa que pueda tener días difíciles.
Su salto al streaming no fue un haz de luz. Llegó un nuevo mundo con diez años de stand up, una espalda para aguantar los embates, con un cumulo de conocimientos que potenciaron su labor.
Lucas pasó a la radio tradicional como si fuera uno más del medio, sin tapujos ni vergüenzas. Las voces prejuiciosas no traspasan el umbral de su confianza personal. Llevó 10 personas a Qatar 2022 con el financiamiento de tres shows, confesó admirar las películas de Woody Allen y hasta visitó al Papa Francisco.
Sufrió baneo por un video picante, experimentó turbulencias como cualquiera y probó la carrera de periodismo deportivo, sin embargo se dio cuenta que no era lo suyo. El tiempo le dio la razón.