Horacio Pagani sobre Roberto Fontanarrosa: "El más querido de la Argentina"



Por Horacio Pagani

La noticia funesta pero esperada, me la dio el "Negro" Cardozo, mi amigo y compañero de Clarín. Yo estaba durmiendo la siesta en uno de los escasos días en que puedo hacerlo; "Murió el Negro Fontanarrosa", dijo con voz apagada,. Y agregó: "Me dijeron que vinieras a escribir una columna". Sabia que iba a ocurrir. Había hablado con su mujer, Gabriela, unos días antes y me describió un escenario final. Habían armado un lugar de terapia intensiva en su propia casa. Me quedé inmóvil en la cama durante un largo rato y lloré en silencio la muerte de un amigo entrañable, un talento, un tipo sensacional, con un mérito inigualable, querido por todo el mundo. Admirado por los que hubieran leído alguno de sus libros y por todos los otros, de boca a oreja, y mucho más después de su famoso discurso en el Congreso de la Lengua en Rosario. "Negro vos sos más popular que Gardel" solía decirle en broma pero con un costado de asombro verdadero. En los círculos futboleros, en los cafés, en los ámbitos literarios. Y en toda Sudamérica. Tuve oportunidad de comprobarlo en Montevideo, en Bogotá, en Barranquilla, en Asunción, en los lugares en los que tuve el privilegio de acompañarlo. Extraño fenómeno. Le decía a mis amigos que para mi era el tipo mas querido de la Argentina. y eso que apenas se movía de rosario para venir por temas puntuales a buenos aires o a cualquier lugar del mundo para asistir a esos congresos de dibujantes, o alguna invitación de televisión. A todos les decía "sí", pidieranle lo que le pidieran. Y siempre inventaba alguna salida graciosa para distender la solemnidad de los actos a los que lo invitaban. Porque era un tipo naturalmente tímido, el "Negro", de bajo perfil en realidad. Alguna vez, porque habíamos quedado en encontrarnos en La Raya -justo yo había pactado una reunión con mis compañeros de la radio, que había olvidado-, lo junté con la barra. Todos esperaban encontrar a un simpático contador de chistes y anécdotas, eje de la mesa. Todo lo contrario. Casi no hablaba, pero escuchaba con atención. Y observaba todos los detalles. Ese debe haber sido el mayor de los secretos de su personalidad: su poder de observación. Sólo intervenía de tanto en tanto, y porque yo lo inducía con alguna provocación, para que lograra -aunque no se lo propusiera- el regocijo de los otros.

La amistad que me honró nació durante el Mundial de los Estados Unidos, en 1994. Hasta entonces nuestra relación no pasaba de algún saludo o breve intercambio futbolero circunstancial. La primera charla, de paso, la tuvimos, casualmente, en otro mundial, el de España, en 1982. Yo viajaba con algunos compañeros de Clarín en un ómnibus de la Organización en Barcelona, él subió en una esquina con otros humoristas entre los que recuerdo el querido Caloi, compañero cotidiano en el diario. Hubo un nítido color menottista en aquel diálogo. El Negro, tan rosarino como el Flaco, le tenia un singular respeto a la figura del entrenador. Aquella selección que parecía mejor que la del 78 campeona, porque además de la esplendores de Mario Kempes, Daniel Passarella, Ubaldo Fillol o Américo Gallego, lo tenia a Maradona y también se había sumado Ramón Díaz, "Juancito" Barbas y un entusiasmado Jorge Valdano, mas. tarde termino eliminada luego de perder con Italia y Brasil. Es cierto, fue una grave frustración porque se pensaba que podía repetirse la consagración de Buenos Aires. Y también fue verdad que la concentración en Villajoyosa, cerca de Benidorm, en un hotel paradisiaco con salida al Mediterráneo, no fue todo lo severa que hubiera requerido la vigilia para una Copa del Mundo. Sin embargo, y más allá del alud de críticas y denostaciones que partieron desde la corriente opositora a Menotti, podrán exhibirse ante quienes quieran los videos de aquellas derrotas (más dura la de Brasil, claro) y podrán comprobarse -imparcialmente- la amplia cantidad de situaciones de gol creadas por el equipo argentino. Pero, marche preso. Es la norma. Y los ácidos resultadistas aprovecharon para descargar la más dura artillería. Pero volvamos al ómnibus de Barcelona. El tema central el breve recorrido fue, sin embargo, el de la triste Guerra de Malvinas que acababa de finalizar con sus secuelas de muertes inocentes v una derrota tan dolorosa corno anunciada. Pero anunciada en Europa. Justamente, recién cuando llegamos a España nos despertamos de la anestesia a la que nos habían sometido las falsas informaciones de victoria. El Negro estaba compungido. Y esa fue la última imagen que tuve de él por varios años.
         

La cobertura de Clarín para el Mundial de Estados Unidos tuvo un despliegue espectacular. Por la cantidad de gente designada. Yo estaba en pelea con algunos integrantes de la redacción después de que se hubiera descabezado a la cúpula de deportes en 1993, que integraba con Juan de Biase, Alberto Fernández y Luis Vinker. Después de charlas, discusiones, promesas y traiciones había quedado haciendo equilibrio en la función de Columnista. En principio tuvieron la intención de bajarme del viaje  a Estados Unidos. Pero Parece que alguien de arriba no le pareció bien. Entonces. se realizó una reunión en la que se  decidió una tregua-yo la acepté-hasta la finalización del Mundial. En Italia", en 1990 había estado en la nomina de los enviados especiales el Negro Caloi, el talentoso dibujante, el inventor de Clemente, que durante la Copa de 1978 había  llegado a la gran notoriedad por la disputa que tuvo con José María Muñoz, el gran relator de Radio Rivadavia, quien pedía que no se tiraran papelitos para no dañar la imagen del Mundial. Desde la contratapa de Clarín Clemente pedía lo contrario. Y se armó la disputa popular con amplia ventaja para el dibujante. Ya en Italia, Caloi mandaba su tira y otros agregados con un sistema muy moderno para la época. El resultado fue excelente. Por eso se pensó en reforzar la cobertura de Estados Unidos con la presencia del Negro Fontanarrosa. Él iba a mandar dibujos pero, especialmente, textos. Con su sello inconfundible de escritor exquisito. Y, además, futbolero de ley. En el reparto de las habitaciones, y con aceptación mutua, me tocó compartir con él. Y así, en la convivencia, fue naciendo una amistad sincera y profunda. Hablábamos mucho antes de dormir y descubríamos, día a día, los puntos de coincidencia sobre las cuestiones de la vida, que me hacían sentir feliz. Como la relación con algunos de los enviados era algo fría (con nítida excepción del Negro Cardozo, claro), todo el calor lo lograba en esas largas tertulias con eje futbolero pero expandida a todos los temas. Él había encontrado ya el perfil de sus envíos haciendo centro en la Hermana Rosa, una mentalista que pronosticaba resultados y situaciones, manejados magistralmente por su ingenio. Me gustaba verlo trabajar, siempre tranquilo, sentado frente a la computadora y rodeados de libros y enciclopedias. No improvisaba nada, el Negro. Cada dato que exponía estaba documentado. Un verdadero profesional. Que partía desde su inspiración pero que aportaba detalles precisos y probados.

Las cenas, en general, en Mansfield, cerca de Bolton, eran masivas, con los compañeros y con otros colegas amigos. La estada fue muy buena, entonces. Había q -mucho en avión. Y así fuimos de Boston a Dallas donde encontramos con el caso de Diego Maradona y la efedrina El revuelo fue impresionante. Y el Negro- que no se perdía sine gimo de los partidos por televisión- quedó tan golpeada como todos. Hacía un calor infernal aquella tarde en Dallas cuando fuimos al entrenamiento a buscar la confirmación del rumor. Y lo confirmamos. Se perdió con Bulgaria, al día siguiente. Tampoco pudo jugar Caniggia ese partido. Y se produjo el debut de Ariel Ortega. Como el equipo quedó tercero en su zona había que viajar a Los Ángeles para enfrentar a Rumanía. Pero antes debíamos volver a Mansfield para recoger nuestros equipajes. Un maratón aéreo. Cuando fuimos a encarar el primer tramo tuvimos que ir de madrugada al Aeropuerto de Dallas. Todo el grupo. Y como por un milagro del destino lo encontrarnos a Maradona, apesadumbrado, sentado junto con su masajista napolitano y Fernando Signorini, el preparador físico, tal como lo relato en el capítulo que le dedico a Diego. Lo saludamos desde lejos. No nos animamos a acercarnos. Desde hace un largo tiempo no hacia notas a Clarín. entonces, el Negro quedó en el papel de aproximador. ¡Si el no tenia enemigos! Se acercó a hablarle y lentamente nos fuimos sumando los otros enviados de Clarín. Hicimos la nota-tal vez la más importante del mundial- y fue gracias a él., a su carisma, a esa paz que irradiaba desde su calma y su inteligencia.

Al año siguiente fuimos a cubrir la Copa América a Uruguay. y ya no  hubo nada que preguntar: El Negro y yo íbamos a la misma habitación. Él se divertía conmigo. Con mis torpezas, con mis discusiones apasionadas, con algunas anécdotas. Y se lo decía a todo el mundo. La primera concentración para esa Copa la hicimos en Concordia, en un hotel que terna grandes espacios verdes. Y lo primero que se nos ocurrió fue jugar un partido de fútbol. El Negro se ubico como arquero-defensor. Había tenido una operación que le impedía correr mucho. Le dije que el aire puro me hacía mal. Que me daba tos. Y le causó gracia. Al día siguiente en su nota decía que yo buscaba los caños de escape de los autos para olerlos y sentir la misma sana sensación que en Buenos: Aires. Después hicimos todo el recorrido por Uruguay en una camioneta en la que nos reíamos hasta descomponernos. Estaban el "Flaco" Durán y "Juancito" Foglia como fotógrafos: Y éramos varios los cronistas. Y en cada lugar al que llegábamos lo reconocían a él como a una estrella. No se la creía. Claro que no. Iba a las conferencias de prensa, de Passarella, por ejemplo. Y sólo acopiaba información para las discusiones futboleras o para armar el material que mandaba a Buenos Aires.

Estuvimos después en algunos partidos de las Eliminatorias para el Mundial de Francia. En Santa Marte, Colombia, por ejemplo. Y siempre compartiendo la habitación. Y lo mismo paso en el Mundial. Arrancamos en Sain Etienne, en un hotel que estaba también en una zona verde, poco poblada. En alguna ocasión yo tuve un encontrón con varios de los compañeros. de viaje porque se habían ido  a la cancha sin avisarnos. Nosotros esperábamos el encuentro de todos para partir y, al fin, tuvimos que salir de apuro en un taxi. Ni nos habían llamado por teléfono. El Negro estaba tan enojado como yo pero nunca perdió la calma. Ni se anoto en el distanciamiento que yo decidí. La Selección fue eliminada en aquel partido con Holanda, con ese gol sobre el final, el día que lo expulsaron a Ortega por el cabezazo al arquero Van der Sar. Y nosotros nos fuimos a París. Vimos la final que Francia le gano a Brasil  en el flamante Stade de France. pero habíamos dejado el auto en el gigantesco estacionamiento y cuando salimos,  después de escribir, no podíamos encontrarlo  de ninguna manera. Fue la primera vez que lo noté nervioso. Era tan tarde que cuando quisimos comer-los festejos de los franceses se iban acabando-sólo conseguimos un par de panes con paté. Nos quedamos para los festejos del 14 de julio. Vimos el desfile con esos periscopios que servían para mirar por encima de la multitud que se agolpa en los bordes de las veredas. Disfrutamos la fiesta y nos despedirnos. Yo seguía de vacaciones por Brujas, Ámsterdam y Bruselas. Él se volvió a Buenos Aires. La amistad quedó registrada para mí como un orgullo. Nos veíamos cuando él venía a Buenos Aires o algunas veces, cuando yo viajaba a Rosario para comentar los partidos de los viernes que transmitía para Mitre Gabriel Anello. En una de sus estadas en la Capital estuvimos en la presentación de un libro de  Juan Sasturain" , un entrañable amigo de él con el que empecé la relación en el Mundial de Francia. Tuve que retirarme antes de la reunión porque debía ir a la radio. Él, que estaba en el escenario, cuando me vio salir, dijo: - Seguro que se va a escribir el libro que viene prometiendo desde hace varios años. Todos se rieron. Pero quizás en ese instante tomé el verdadero compromiso de hacerlo. 

     

En uno de mis viajes a Rosario nos encontramos en el bar de una estación de servicio, antes de que yo siguiera para la cancha. Fue ahí donde me contó lo de su incipiente enfermedad que se había instalado en su brazo izquierdo. Hablaba con la entereza de quien sabe que dará pelea hasta el final. En ese tiempo -ante lo desconocido de la dolencia- decía que los médicos le aseguraban que no se iba a extender. Cada tanto me comunicaba por teléfono. Se sucedieron los reconocimientos por todos lados, parecían despedidas. Se hacia el desentendido. No podía claudicar. Y siguió dándole para adelante por mucho que la enfermedad avanzara, cruelmente. En el Senado de la Nación le dieron la Orden Domingo Faustino Sarmiento. Ya estaba en silla de ruedas. Fue un acto delicioso entre la exposición de Caloi y sus frases de agradecimiento. Un día me atreví y lo llamé para que escribiera un prologo para la primera edición de este libro. Que no estaba terminado. Se puso muy contento. Y terminó escribiendo ese texto-sin haber-leído los originales, como dice él- que guardo ahora como uno de mis tesoros más preciados. Ese fue su legado al fin de cuentas, el sello de nuestra amistad. Y que me permite compartiendo mi primer intento literario , en el mismo envase. Como cuando nos contábamos nuestros sueños en esas habitaciones del mundo que ya son felices memorias.

Capítulo 2 de El verdadero fútbol que le gusta a la gente (Horacio Pagani) 

          

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